Colaborando: Alimentación 3ª parte (I) (Ana
Iglesias García Conde)
Esta
semana vamos a disfrutar de la tercera publicación, dividida en dos partes, sobre
la alimentación en el alumnado con autismo (si quieres leer la primera pincha
AQUÍ y la segunda AQUÍ) por parte de Ana Iglesias García-Conde (Jefa
de estudios del Centro Público de Educación Especial de Latores, en Oviedo, y
con enorme experiencia en la educación de personas con autismo), conformando
así una trilogía de obligada lectura en esta dimensión tan importante para el
crecimiento de nuestros niños y niñas.
¡Mil
gracias por tercera vez Ana! Es un lujo poder transcribir en este blog tus
palabras.
Intentaré
hoy concluir mi aportación sobre alimentación que inicié meses atrás. Como ya
había comentado pretendo, para
cerrar el tema, indicar alguna
propuesta de intervención; la marcha
imparable de mi colegio, un colegio de educación especial, ha hecho que por una
u otra cuestión haya ido postergando el
asunto. Mil perdones de antemano.
Me
parece importante señalar primeramente que muchas de las cuestiones de las que
trataré, están basadas en la experiencia real del trabajo con nuestros alumnos
y alumnas con CEA dentro del especial entorno que supone un comedor
escolar; como punto de partida
la realidad contrastable con la que habitualmente nos encontramos: las dificultades, en ocasiones, muy
importantes, con las que, muchos de nuestros niños y niñas se enfrentan ante cualquier situación relacionada con la alimentación y que, además, ese especial
entorno puede condicionar y/o acrecentar.
De
forma sencilla podemos clasificar estos problemas en:
*Niños
y niñas cuyas dificultades parecen responder a una base sensorial.
*Niños
y niñas cuyas dificultades parecen relacionarse con el funcionamiento cognitivo, con la rigidez de su pensamiento y por
tanto, la necesidad de que todo lo que rodea a la comida se mantenga lo más
constante posible.
*Niños
y niñas que por cualquiera de las dos razones anteriores han aprendido a evitar
esas situaciones de forma disruptiva y/o
desadaptativa.
*Y por
ultimo y a mi parecer la más habitual, la simultaneidad
de dos tres de los tipos citados anteriormente.
Debido
a esta variabilidad es necesario comenzar siempre cualquier programa de
intervención por un registro muy
minucioso que recoja información de diferente
tipo. A veces, tenemos la tentación de que una vez que hemos detectado la necesidad de un programa, de
alimentación o cualquier otro tipo de
intervención, debemos empezar ya, aquí y ahora y la indicación de comenzar observando y registrando
puede resultar un tanto tediosa e “innecesaria”. Creedme si os digo que es un
error: un buen registro inicial nos va a ayudar a establecer un programa
coherente, a plasmar objetivos y necesidades que, sin él, probablemente pasaran
desapercibidos. En el caso que nos ocupa pienso que nos debería aportar
cuestiones fundamentales como:
*Información detallada sobre lo que el niño
come. La experiencia no demuestra que saber qué alimentos son aceptados no
es, ni mucho menos, suficiente. Hay otras cuestiones que pueden estar
condicionando que el niño acepte o no un determinado alimento:
-Temperatura, tenemos ejemplos de niños
que comen frío, templado, caliente e incluso supercaliente… (Imaginaos que cualquiera de nosotros nos chupamos los dedos con una sopita bien
caliente y de repente, esa sopa, por la que en nuestra casa “matamos” se nos
presenta templadita tirando a fría…).
-Forma de presentación; no es lo mismo
que los alimentos se presenten aislados, juntos o mezclados, tenemos ejemplos
de niños que pueden comer carne y pueden comer patatas pero la carne y las
patatas no pueden ir en el mismo plato y menos aún podemos mezclar la carne y
las patatas con la salsa. Esto puede
resultar intolerable para alguno de nuestros niños o niñas (en este aspecto a
mí me gusta pensar que las mezclas son en realidad culturales, y que, al igual
que para mí sería muy costoso aceptar lentejas con naranjas, el arroz con tomate
puede ser igual de “engorroso” para nuestros niños y niñas).
-
Además el registro deberá de recoger otros
aspectos que rodean a la situación de la comida y que también pueden
condicionarla: aspectos como la disposición física del mobiliario, el tipo de
trona/silla que se utilice la colocación y tipo del menaje también puede ser
importantes y condicionar el éxito del programa. Una ejemplo real y muy
cercano: la bata de Marta (directora de mi cole y responsable de un programa de
alimentación) parece estar determinando la respuesta del niño con el que está
trabajando…y Marta al darse cuenta, ¡¡¡¡no se puede cambiar de bata para darle
de comer!!!!
Os
diría para empezar que no hay una regla de oro. Lo que puede ser valido para un
alumno o alumna puede ser precisamente lo que se necesite evitar en el caso de
otro u otra alumna y me explico: imaginaos un niño de tres añitos con una dieta
muy restrictiva. Tras hacer registro observamos que el número de alimentos
admitidos es muy limitado y que además la forma de presentación e incluso las
marcas comerciales están jugando un papel importante; en este caso parece que
lo aconsejable sería intentar que todo lo que rodea a la alimentación de
nuestro niño se asemeje lo más posible a las condiciones de partida para
después, poco a poco ir introduciendo cambios. Si el niño, en tres años no ha
conseguido comer más que tres o cuatro alimentos, sería muy osado intentar de
repente someterlo a un menú escolar con todas las variaciones que esté
conlleva. “Obligarle” diariamente a simplemente tener que ver delante tres
platos diferentes que nunca ha sido capaz de comer puede ser una verdadera
tortura y condicionar respuestas negativas… Os aseguro que el “ya comerá cuando
tenga hambre” además de ser un tanto cruel, no es válido para nuestros niños.
Y ahora, imaginaos a un chico de ocho años que
ha aprendido que cuanto más grite y sobre todo que cuando “me hago o te hago
daño” consigo que desaparezca la comida que no quiero…, en este tipo de
situaciones, quizás lo más adecuado sea romper totalmente el ambiente actual de
la comida; cambiar de espacio físico, de persona responsable e incluso de hora
pueden ser estrategias con buenos resultados. Por tanto, mantener condiciones o
romper condiciones pueden ser igualmente válidos dependiendo del niño o niña
con el que estemos trabajando.
Volvamos
a las dificultades anteriormente descritas:
*Cuando
nuestro niño o niña tiene dificultades sensoriales
las intervenciones deberán basarse en técnicas de exposición /desensibilización
sistemática que permitan que poco a poco los niños y niñas se vayan
habituando a esos estímulos; la razón es obvia: los receptores sensoriales se
habitúan a las señales si estas permanecen aunque sea en principio de forma
fugaz, presentes y constantes; si las personas adultas ante las respuestas cada vez más
desadaptativas de los niños y niñas respondemos retirando inmediatamente el
alimento lógicamente estaremos añadiendo al problema sensorial una dificultad
si cabe aún mayor y es que el niño ha aprendido lo que tiene que hacer para que
desaparezca ese alimento e incluso para que además aparezca súbitamente aquel
alimento que le encanta (reacción muy típica en el adulto emocionalmente
“tocado” por la reacción excesiva del niño: “toma, toma gusanito que te gusta”,
a la vez que rápidamente retira las lentejas). Ahora bien, el programa debe de
recoger que tipo de alimento vamos a introducir y aquí debe de primar el
sentido común; si a nuestro chico le encanta el pollo rebozado empecemos
desensibilizando un alimento que también aparezca rebozado y no pretendamos inicialmente
la gesta de que coma un alimento caldoso que nunca ha aceptado por el simple
motivo de que “aún no come ningún primer plato”.
Los
objetivos en este caso podrían ser los siguientes:
ØPermanecer
en el aula/comedor/cocina…con tranquilidad mientras el alimento está en la mesa.
Ø Permanecer
sentado en la silla con tranquilidad con el alimento en la mesa.
Ø Permitir
que el alimento se mueva por la mesa.
Ø Tocar
el alimento y devolverlo al plato.
Ø Acercar
o permitir que le acerquen el alimento a la zona de la cara.
Ø Acercar
o permitir que le acerquen el alimento a los labios.
Ø Introducir
o permitir que le introduzcan el alimento a la boca (no pasa nada si lo escupe,
la comida ya ha estado en la boca y ello hace que el niño empiece a “registrar
” sabores y texturas nuevas).
Ø Tragar
el alimento.
Previamente
tendremos que tener seleccionados los refuerzos que vamos a utilizar cada vez
que el niño cumple con la conducta que se está trabajando y además debemos de
conocer qué objetos o actividades le ayudan a calmarse para evitar siempre
terminar el momento de intervención con niveles de activación altos y no caer
en la tentación de la retirada antes de tiempo de los alimentos. En las fases
iniciales del programa reforzaremos con mucha frecuencia y en adelante iremos
siendo más exigentes a la hora de otorgar los reforzadores.
Iniciaremos
el programa con un estudio detallado la jerarquía de alimentos que vamos a ir
introduciendo en la que, como ya he comentado ocuparan primer lugar los más
parecidos a los que el niño o niña ya acepta.
Una
cuestión importante son las ayudas que como adultos le vamos a otorgar a
nuestros niños o niñas. Es preferible que sea el propio niño el que meta el
alimento en su boca pero esto no es siempre posible en las fases iniciales del
programa. En caso de tener que hacerlo la persona adulta NUNCA deberá abrirle
la boca para evitar caer en la rutina de ingesta obligatoria; si el niño nos
abre su boca nos está de alguna manera dando permiso para introducirle la
comida. Cuando tengamos que guiar las manos del niño o la niña utilizaremos
movimientos rápidos que le hagan tocar la comida o llevársela a los labios, un
movimiento rápido que genere un simple roce del alimento va a conseguir el
acceso inmediato al refuerzo y nuestra felicitación verbal por lo bien que lo
ha hecho. La ayuda física debe de ir siempre acompañada de una sencilla
instrucción verbal “toca la carne” o “la carne a la boca” para que una vez que
el niño vaya avanzando podamos ir desvaneciendo la ayuda física y manteniendo
únicamente la instrucción verbal.
Será
garantía de éxito el no tener prisa, si lo que queremos que es generar
adaptación se necesitan pasos muy pequeños y de poca intensidad que demuestren
al niño que la comida “no le va a hacer daño”.
Es
importante también, que solo trabajemos inicialmente con un trozo o unos pocos
trozos de comida y que estos sean de
pequeño tamaño.
Además
debemos de controlar los tiempos, a mi modo de ver, el tiempo que dedicamos a
la comida no debe de hacerse eterno y nunca debería sobrepasar la media de
duración de la comida del resto de niños y niñas (no más de media dora o a lo
sumo tres cuartos); dedicar más tiempo a las sesiones solo llevará a que el
niño pierda “el objetivo” de la rutina, se aburra y todo ello contribuya a que
se muestre más ansioso; además dedicar más tiempo en ningún modo correlaciona
con mayores probabilidades de éxito (si lo hace la constancia).
Finalmente
señalar la importancia de nuestra labor; además de la formación de la que ya
hable en las entradas anteriores, nuestra
seguridad y actitud relajada van
a ayudar al niño a estar más tranquilo; poco lenguaje con bajo tono es la mejor manera de participar en el
programa.
Hasta
aquí la primera parte de la publicación. La semana que viene publicaremos la
segunda parte en relación con las dificultades cognitivas y algunos ejemplos.
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